Hacía años que no tenía la oportunidad de pasar tranquilamente unos días en Granada. Ciudad que tras cada rincón esconde un sinfín de pequeños trozos de historia que consiguen transladarnos a otro tiempo con sólo perder la mirada en uno de ellos. Por suerte, la invitación a la boda de unos amigos -Enhorabuena Belén y Carlos- hizo que de nuevo se presentase la ocasión para disfrutar durante unos días de las callejuelas y tapas que tanto caracterizan a esta región andaluza, y cómo no, inmortalizar estos momentos a través de la fotografía.
Ir a Granada y, de una forma u otra, no divisar la Alhambra es casi como no haber ido. Por suerte, pudimos admirar su magnitud y hegemonía sobre la ciudad desde diferentes puntos de la misma.
Recorrer las tortusas y serpenteantes escaleras del bario del Albaicín resulta una experiencia relajante y placentera. Pues, a pesar de estar hoy día colonizado por todo tipo de foráneos, la tranquilidad y paz que se respira es asombrosa. Todo el mundo parece contagiarse por la calma y sosiego, que a veces son alegremente interrupindos por sesiones espontáneas de cantes flamencos.
Caminas sin rumbo. Subes y bajas buscando la mejor vista o rincón para retratar con tu cámara la experiencia.
Ir cómodo es esencial. Por ello yo opté por uno de mis últimos pantalones encargados a Tomblack. Confeccionados en algodón y con un diseño de tiro alto, cinturilla limpia y sobredimensionada, así como un fit ajustado. Hacen de este pantalón una opción perfecta para una jornada desenfadada como fue la que os muestro. No por ser una ocasión distendida se tiene porqué dejar de usar los tirantes. Yo, a pesar del ajuste lateral con los ceñidores, preferí contar con la sujección de estos tirantes de Haberdashers.
La camisa seguro que os sonará, se trata de una de las que encargué al maestro Javier Schleissner de Camisería Sánchez-Caro, confeccionada con tejido de Sökta de un tacto realmente sorprendente –más info aquí-.
En uno de nuestros paseos en moto, terminamos recorriendo parte del Sacromonte. Nuestra curiosidad nos hizo toparnos con una pequeña iglesia que creímos abandonada. Sin embargo, se trataba de la conocida Ermita del Santo Sepulcro, que data de 1633, y que está a los pies de la Abadía del Sacromonte.
Cualquier momento es bueno para pasarse a observar algún detalle en nuestro camino.
Seguimos paseando, divagando, charlando, y disfrutando del sonido de los pájaros contentos por el murmullo políglota del gentío allí concurrido. En cada esquina un restaurante, cada cual con mejores vistas que el anterior.
Las ganas de mudarse a vivir allí van y vienen, en función de si caminas cuesta arriba o cuesta abajo.
¿Y lo mejor de todo?
Es no hacer el camino solo.
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