Es probable que todo el que ande leyendo estas líneas sea medianamente aficionado tanto al vestir como a los placeres gastronómicos. No logro descifrar si todo lo que vamos a hablar hoy viene provocado por la desmedida proliferación de la aspiracionalidad como forma de vida, la constante necesidad de argumentos de venta o por la simple estupidez humana, de la que hacemos gala con demasiada frecuencia últimamente.
Advierto de antemano que en esta ocasión voy a permitirme ser, aún más si cabe, transparente y crudo de lo normal, pues reconozco sentir ante estos temas una mezcla entre estupor y enfado que a veces no sé ni gestionar, sintiéndome víctima y cómplice casi a partes iguales.
¿Qué tiene que ver la pañería con el vacuno?
Lo voy a decir sin un ápice pudor… Ambos están relacionados con una de las mayores estafas de consumo de la historia moderna. Y hoy vamos a ver por qué.
¿Sabías que 9 de cada 10 veces que pagues por una carne de buey estarás comiendo carne de vaca?
A muchos no les sorprenderá, pues este dato ha circulado como leyenda urbana desde hace ya varios años. Y sin embargo, somos muchos los que hemos seguido admitiendo que nos estaban engañando con sonrisa y resignación. Ha llegado un punto en el que se entiende como normal, asumiendo ese 90% de improbabilidad como una normalidad instaurada e irremediable, mirando para otro lado y haciendo como si nada.
Imaginemos que mañana vamos a la conocida relojería Wempe a comprar un reloj de oro por el que pagamos una cantidad elevada de dinero y al preguntar si está fabricado con ese valioso metal el que nos atiende mira para un lado haciéndose el poco entendido -o peor aún, el experto- y nos confirma sin demasiadas garantías que estamos en lo cierto. ¿Qué haríamos en este caso? Probablemente salir corriendo con cualquier excusa dejando allí el reloj.
Pues esto pasa 9 de cada 10 veces que se nos ocurre pedir una carne de buey en algún sitio de España.
¿Qué es un buey?
Según la legislación española, sólo puede llamarse buey a los machos castrados mayores de 48 meses.
Imaginaos, en una industria tan fugaz y acelerada como la ganadera lo que tiene que suponer alimentar bien a un animal de más de media tonelada que no debe hacer ejercicio físico, y por lo tanto no puede usarse para otras tareas, y que no da otro tipo de rentabilidad -como la leche de las vacas o nuevas crías- más que únicamente su carne.
Esto hace que el número de bueyes en España no sólo sea bajo, sino que además va en disminución cada año. Esto hace pensar que la carne de buey lejos de bajar de precio lo que hará será revalorizarse.
Y claro, la siguiente pregunta que nos haríamos es cómo diferenciar una carne de buey. Y desgraciadamente ni si quiera un catador puede ser capaz de diferenciar una carne de buey con una de vaca añeja a simple vista, igual que cualquier seríamos incapaces de diferenciar una aleación o chapado de oro en una joyería. Y aquí es justo donde radica la base del engaño. Pues lo lógico es pensar que si nos cobran por un chuletón menos de 30€ -cuando el kg suele estar entre 80 y 100 euros- parece claro que eso no será buey, pero… ¿Y si nos cobran un precio cercano a lo coherente? A mi al menos me vuelve a retumbar en la cabeza ese 9 de cada 10…
Y claro, los productores y distribuidores de bueyes aprovechan el único argumento diferenciador del precio para salvar aún más distancias con los deshonestos competidores alejándose aún más de ellos y alzando su valor. Y el que pierde siempre es el consumidor.
Siendo justos deberíamos de denunciar por publicidad engañosa a todos y cada uno de esos restaurantes donde nos sirven, sin certificación alguna, un producto por otro. Pero claro, vas a comer a un bonito restaurante y estás en un momento probablemente de ocio y lo último que quieres es tener un conflicto con nadie, pero te están mintiendo en tu cara y lo mucho que hacemos es obviarlo.
Es triste, pero es una realidad. Tan real como la otra que vamos a descubrir a continuación.
¿Sabías que sólo el vellón necesario para hacer 2 jerseys de cashmere cuesta entorno a 100$?
Y hablamos del producto recién esquilado de la cabra Cachemira de origen tibetano, todavía sin manufacturar, hilar, tejer ni teñir, y sin incluir el margen de beneficio de la firma en cuestión. Preguntémonos entonces cómo podemos encontrar jerseys de 100% cashmere hasta por menos de 100 euros.
La respuesta es porque no todas las lanas obtenidas son de la misma calidad, largura y finura. Pero sobre todo porque con la proliferación de estos jerseys en prácticamente todas las marcas, los productores chinos (todo el cashmere en origen viene de China) han ido aumentando el número de animales y por tanto reducido el espacio de estas. Y además esquilando con mayor frecuencia y por lo tanto obteniendo fibras más cortas de lana con la única intención de poder poner en la etiqueta el ansiado «100% cashmere».
¿Qué consecuencias tiene esto?
Sin entrar a valorar las inevitables cuestiones animales y medioambientales que supone la sobreexplotación, el obtener fibras más cortas hace que cuando se hilan y entretejen su fragilidad y resistencia al roce y movimientos sea menor, por lo que con más facilidad producirán las conocidas pelotillas y un envejecimiento prematuro de la prenda.
Y mejor no meternos en el oscuro tema de comprobar que cada prenda tiene las fibras que dice tener la etiqueta, pues si no somos capaces de diferenciar un reloj de oro ni un chuletón de buey, imaginemos nuestra capacidad para diferenciar las fibras textiles de un jersey…
El consumidor, en una constante posición de desventaja es siempre mucho más vulnerable y termina por o bien resignarse a consumir aquello que puede pagar a sabiendas -o no- de que poco tiene que ver con lo que dice ser. O, como alternativa, entrar en un ejercicio de información, comparación y búsqueda constante de esa rareza del mercado, que encaje en su presupuesto, más cercana a la honestidad que la pillería, y como ocurre en política conformándose con aquel que menos miente…
O por último enfocarse en marcas de reconocido prestigio dentro del sector, en este caso del cashmere, Loro Piana, Ermenegildo Zegna, Brunello Cucinelli y pagar los altos precios que manejan no sólo por la calidad sino por concepto de marca, diseño, exclusividad, etc…
Merece la pena ver este documental que Loro Piana publicó en 2019 para contar el origen de su cashmere.
Yo he sido el primero que he comprado jerseys de cashmere por menos de 100 euros y el mismo que ahora prefiere que le digan, aunque sea en voz baja y off the record que lo que va a comer es un chuletón de vaca vieja y no buey, y poder decidir por mi mismo.
Pero reflexionando me doy cuenta que lo que realmente nos mueve -y de lo que vive toda esta industria- son esas ansias por encontrar lo que creemos que es un producto a un precio más justo basados en la eterna creencia de que la industria tradicional maneja márgenes desorbitados que cualquiera puede mejorar. Y pensamos que son estas las empresas que vienen a salvarnos de la endemoniada industria abusiva. Y lo que conseguimos, cayendo en esta trampa, es precisamente promover que esa industria retuerza el sistema para darnos lo que queremos -esa supuesta ganga-, sin ser conscientes del precio que ello supone al final.
¿Y tú qué opinas? Cualquier cosa que te apetezca comentar tienes abajo la opción de hacerlo.