Empieza el verano. Ya está aquí. Los días son más largos, las chaquetas empiezan a quedarse en el armario. Los jerséis finos aparecen ya solamente cuando el sol se va, encima de ligeras camisas de lino. El calor aún es agradable y más tarde será como una brasa. Es uno de esos momentos del año en que la ropa cae y empezamos a leer artículos sobre cómo perder esos kilos de más que hemos almacenado durante el resto del año. Confiando en que las capas de ropa iban a disimular ese amor incondicional nuestro hacia el buen vivir. Pero ahora empieza la operación bikini. Las listas de dietas. Los alimentos saludables y los no saludables. Los consejos sobre qué comer, qué beber, cómo andar, cuándo y cuándo no hacer la siesta. Ya saben. Los dietistas, esas rock stars de nuestros tiempos obsesionados con la juventud y el físico utópico, que pocos o muy pocos, debido a un metabolismo benevolente, poseen.
Las ansias por adelgazar nos quitan unos kilos pero también se llevan por el camino otras cosas: las ganas de vivir plenamente, la capacidad de reconciliarnos con nuestro cuerpo, el goce de la buena comida y de los momentos compartidos con los amigos, que se vuelven una operación de matemáticas permanentes cuyo centro son las calorías, el escapismo social y la frustración.
No se engañen, no van a ser más felices cuando adelgacen. Cuando lo hagan, van a sentirse peor, y a parte de renunciar a todo aquello que le da chispa a la vida, se encontrarán presos en una dinámica permanente que fácilmente puede virar hacia la obsesión. Asociarán su atractivo, su estado de ánimo y su personalidad a su peso. Y eso, además de falso, es una pésima idea.
Claro que todo lo que van a empezar a leer en todo tipo de revistas y a charlar con sus amistades puede incidir positivamente: la vida saludable, evitar el alcohol, dormir más o mejor. Dejar el café o no dejarlo. Beber café con leche, pero con leche de soja o de arroz, o de almendras. Pero todas esas prescripciones y consejos que suelen pasar por alto lo esencial: no es necesario adelgazar. No es necesario renunciar a gran parte de los alimentos que nos gustan. Ser feliz con uno mismo, aceptarse, repetir como un mantra que estamos bien, y que nos quieren por lo que somos, porque somos fantásticos, es la mejor receta para adelgazar, si nuestro cuerpo un día, le parece que esa es la opción más sana.
Si no queremos que nos juzguen por nuestro cuerpo, evitemos juzgarnos nosotros por lo mismo.
En una reflexión tardía en la última etapa de su vida, al ser preguntada por si se arrepentía de algo, Isabel Allende dijo: «Sí, de haber malgastado tanto tiempo preocupándome por dietas que nunca me hicieron feliz”. Las dietas matan.
Estimado Alex, he leído el escrito, y por lo que veo, no te has actualizado lo más mínimo en términos de salud relacionada con la alimentación. Hoy en día, los profesionales de la nutrición no «adelgazamos» a las personas, eso es una consecuencia de otras muchas acciones prioritarias: qué comprar, cómo disfrutar de la comida, cómo hacer buenas elecciones, cómo cocinar de manera sabrosa, que para nada se identifica con tus principios de modelo dietético. Agradezco de antemano que saques el tema, pero por favor, antes de atacar a profesionales actualizados de la alimentación, repasa qué hay de nuevo en estos asuntos, para que no acabes siendo tu la vieja gloria rockera.
un saludo
Hola Javier
Gracias por tu comentario. Verás que la reflexión va dirigida a la gente que quiere adelgazar, no a los dietistas, que por supuesto creen tener el don de la ciencia a su favor. Mi opinión es la que se refleja en el artículo y me alegra poder hacerlo con total libertad. Ese “goce” por la comida, “elegir bien”, “disfrutar de la vida” y “cocinar de manera sabrosa” se traduce en una gran lista de prohibiciones y en comer aguacates a la hora del desayuno. Me alegra profundamente no tener que consultar a nadie cuando escribo y eso pretendo seguir haciendo. Los profesionales de la alimentación vivís de una neurosis colectiva que me parece horrible. Eso es lo que dice el artículo.
Un abrazo
A