Perfumería, vino, zapatos, estilográficas… al hablar de cualquier bien susceptible de intercambio pecuniario conviene tener a mano aquella frase de Francisco de Quevedo, que siglos más tarde popularizaría Antonio Machado: «Sólo el necio confunde valor y precio».
A nadie se le escapa la distinción entre precio y valor, y no va a ser este un artículo pedagógico sobre las diferencias entre uno y otro término. Soy consciente de que tener clara esta distinción no es, ni mucho menos, una vacuna contra la fascinación que nos puede despertar un producto simplemente porque «es caro», pero aun así es interesante examinar de cerca qué es lo que hace que podamos opinar que un perfume cueste 15 euros «huela bien», mientras que de otro que nos salga por 800 euros también sentenciemos que «huele bien». ¿Dónde radica la diferencia? Y, en caso de haberla, ¿la diferencia de precio la justifica?
Este es un terreno resbaladizo y difícil de abordar, por lo que no haré aquí sino una tímida aproximación que sirva como toma de contacto que, tal vez, se acabe convirtiendo en una serie de artículos sobre el coste y el valor en la perfumería. Voy a troquelar el artículo en una serie de preguntas y respuestas para abordar esta cuestión desde diferentes ángulos, de forma breve, y en posteriores artículos es posible que saque punta más profundidad a alguno de estos puntos.
La foto de portada, por cierto, es un perfume de Clive Christian para mujer, llamado Nº1 Passant, y vale poco más de 210.000 euros (sobre todo por el frasco). Mi lado más responsable me obliga a recomendaros no comprarlo a ciegas. Echad un ojo a los precios de Clive Christian para que veáis por qué rangos se mueven…
Y, ahora sí, vamos con las disertaciones.
#1 – ¿Un perfume barato equivale a un perfume malo?
Respuesta corta: No. Midnight in Paris, la versión en EDT, puede salir a 20 euros los 125 ml. L’Homme, de Yves Saint Laurent, se puede encontrar también a un precio escandalosamente bajo. Y, como estos dos ejemplos, podría encadenar muchísimos más.
Respuesta no tan corta: No. Lo cual nos empuja a tratar de definir qué es un «perfume malo».
La primera tentativa de respuesta es que un mal perfume es un perfume «que huele mal». Pero, en tal caso, ¿Leather Oud, de Dior, es un mal perfume? Porque no son pocos los que detectan una «nota fecal» prominente. ¿Y Sécrétions Magnifiques, de Etat Libre d’Orange? Un perfume que deliberadamente huele a esperma, sudor, saliva y sangre, ¿se considera un buen perfume? Sé que a mi suegro le gustan los perfumes, ¿sería este tal vez un buen regalo de navidad?
Otra posible respuesta sería decir que un mal perfume es el que «huele sintético». Y no me parece una mala respuesta, pero tiene sus lagunas. Un perfume puede oler sintético y gustar mucho a la gente. Very Sexy for Him, de Victoria’s Secret, es de los perfumes que mejor reacción tiene entre el público femenino, y el olor es muy sintético. ¿Fierce, de Abercrombie & Fitch? Lo mismo, y es un superventas. ¿Y qué tal si hablamos de Dior Sauvage? Con un ADN similar consigue un efecto parecido: tiene un cierto olor sintético (aunque es una composición mejor diseñada que las dos anteriores), pero es un aroma que atrae mucho. Así pues, no parece que sintético equivalga a mal perfume.
También se podría argüir que un mal perfume es aquel que dura poco en la piel. En tal caso, ¿Millesime Imperial, de Creed, entra en la categoría de perfumes malos? ¿Y 1270, de Frapin? Obviamente no. El criterio de la longevidad tampoco nos sirve.
Lo más parecido a una respuesta que tengo es esta: un mal perfume es aquel que huele mal sin que esa sea su intención. Esta afirmación puede provocar algún levantamiento de ceja socarrón («¿Acaso hay algún perfume que pretenda oler de forma desagradable?»), pero veamos el porqué del matiz. Leather Oud es un perfume muy bien hecho que busca evocar un olor muy «animal», forma parte de La Collection Couturier Parfumeur de Dior y no está pensado para agradar al gran público, sino que es una creación niche para «narices entendidas» (por cerrar el tema con una expresión vaga). Sécrétions Magnifiques, por su parte, busca provocar ese efecto de repulsión. Se trata de una expresión artística de la perfumería, una creación «juguetona», sin ánimo de ser tomada en serio más allá de lo que pretende ser. Ninguno de estos dos perfumes te los puedes poner tranquilamente si vives en sociedad, pero eso no quita para que sean buenos perfumes desde el punto de vista de su composición, que están diseñados para polarizar. Por otro lado, un gourmand que se pase de dulce al punto de ser nauseabundo, o un perfume masculino con una nota de rosa que domine de forma desproporcionada el desarrollo de la fragancia, o un cítrico que huela blandito, sin personalidad, genérico, y que tampoco te entusiasme lo más mínimo… esos serían perfumes que no tacharía de buenos, perfumes que no han llegado a ser lo que se habría esperado de ellos.
Cosiendo esta perorata con la cuestión original: un perfume puede oler bien con ingredientes que no sean demasiado caros, ofreciendo un precio razonable. Lo que se paga en un perfume, cuanto menos en perfumes de diseñador, suele ser prácticamente todo excepto el aroma (el packaging, publicidad, distribución…), lo cual no es una crítica, lo comento para poner en perspectiva aquello de que un perfume muy barato necesariamente «olerá barato». Tajantemente: no es así.
#2 – Bien, vale, pero un perfume que cueste 200 euros debe de ser bueno, ¿no?
Respuesta corta: No.
Respuesta no tan corta: Si por «perfume bueno» entendemos buenos ingredientes, ingredientes que cuesten más, o que sean más difíciles de encontrar, normalmente sí hay una relación entre precios altos (y perfumería niche) y buenos perfumes.
Si lo que queremos decir al hablar de buenos perfumes es que huelen mejor que los perfumes de diseñador más baratos, o que duran más, o que van a gustar más a los demás… no. Y este es un error muy común. Puedes echarte todos los sprays de Aventus que quieras que, aun y tratándose de un perfumón, es posible que llame la atención lo mismo que alguien que lleve Versace pour Homme, que vale una fracción de cualquier perfume de Creed. El criterio de los demás no debería ser el canon por el que rijamos la compra de un perfume, cuanto menos no exclusivamente, pero si compráis un perfume para agradar a los demás, recordad que no hay un equivalente entre el dinero que paguéis por un perfume y las reacciones positivas de los que os rodeen.
#3 – Entonces, si no es por el precio, ¿cómo distinguir qué perfumes encierran más calidad?
Respuesta corta: Preguntándome a mí.
Respuesta no tan corta: Hay un criterio más objetivo y uno más subjetivo. De la misma manera que uno puede ir a un restaurante con tres estrellas Michelín, si a uno le sirven un steak tartare, por mucho que esté preparado de manera exquisita, con los mejores ingredientes, y cuidando al detalle la presentación, si nunca nos ha gustado ese plato va a ser difícil que cambiemos de opinión. De la misma manera, si probamos un gourmand de calidad, como Herod, si no soportamos los perfumes dulces difícilmente vamos a decir que «nos gusta». Sí que podremos, en ambos casos, reconocer la calidad del producto que tenemos delante, y ese es el criterio objetivo que hasta cierto punto es universal.
La dificultad de establecer líneas fronterizas entre perfumes buenos y no tan buenos no niega que existan ambas categorías. Dónde se traza la línea dependerá de a) nuestros criterios de calidad, que pueden ser hasta cierto punto objetivos y compartidos con los demás, y b) nuestro gusto personal. Nuestros criterio de lo que constituye una buena mezcla, o nuestra capacidad de reconocer la calidad en ciertas notas, en contraste con otras que huelan más sintético o sean menos realistas, depende en esencia de la cantidad de fragancias que hayamos olido. A medida que vayamos oliendo más y más perfumes, cada vez nos llamarán la atención los olores más «difíciles», las notas que antes decíamos que eran demasiado «fuertes» o directamente desagradables. Nuestros gustos son moldeables también según nuestras experiencias, pero tienen una parte fija, personal, subjetiva, irreductible. Si a uno no le gusta el jazmín, difícilmente le gustará Reflection Man.
Y aquí lo vamos a dejar hoy. Sin desbancar la máxima de que el mejor perfume es aquel que nos gusta, espero haber escarbado ligeramente en la superficie de la cuestión. No se trataba tanto de ofrecer una definición que abrazara todo lo que debe cumplir un buen perfume, sino de derribar mitos y darle un par de vueltas a un tema que, en ocasiones, parece ser poco menos que un tabú.
¡Hasta la próxima semana!