Nunca he sido un apasionado de las motos, pero cuando me trasladé a Madrid, harto de las incomodidades que el coche me suponía, decidí hacerme con una.
Mi animadversión al transporte público y mi antigua afición a la bicicleta hicieron que rápidamente me acostumbrara a la vida motero-urbana.
Con ella he pasado frío, me ha granizado en carretera, se me ha roto el cable del embrague, y sin embargo, si de mi dependiera no cambiaría mi vehículo de transporte en ciudad.
Llega un momento en que ese cacharro frío y ruidoso llamado moto se convierte en tu compañera inseparable, en ese ser que te apena dejar en la calle durante una noche fría de invierno y que te encanta ver por las mañanas al salir a trabajar. Sufres con su sufrimiento, y ríes cuando todo marcha bien.
No, no frivolizo con este tema. Y cualquiera que haya dispuesto de moto sabrá de lo que hablo.
Todos somos ya conscientes de que el mundo clásico está de moda, y el valor de lo vintage está en alza desde hace ya unos años.
Las motos no iban a ser menos! y nos encontramos con diversas corrientes de restauración/modificación, en muchos de los casos con resultados que, afortunadamente, nada tienen que ver con el moderno mundo del tuning.
En el mundo vintage podemos encontrarnos proyectos de motos de Cross clásicas como la Bultaco 370.
También encontramos motos más viajeras, más touring, como la BMW K100.
Pero personalmente, la corriente de customización que más me gusta es el estilo Café Racer!
Las Café Racer son motos que ya nacieron customizadas, allá por los años 50, de la mano de los aficionados británicos que solían reunirse para disputar carreras entre bares en plena calle, con el Rock más cañero de la época como banda sonora.
Los propietarios solían comprar motos de principios de los 50 a precios más asequibles, y posteriormente las modificaban consiguiendo un estilo y eficacia más racing.
Este movimiento fue seguido de cerca por constructores y fabricantes, y no muchos años después marcas como Triumph o Royal Enfield ya incluían en su producción modelos con diseños claramente inspirados en ellos.
Hoy día esta afición a la modificación de viejas glorias moteras sigue practicándose, sin el peligroso complemento de las carreras ilegales. Y son muchos los aficionados que, ya sea gracias a sus manos y experiencia o recurriendo a un taller especializado, realizan las modificaciones estéticas y mecánicas a sus motos para darle ese aire de retro-competición tan peculiar y diferenciador.
Manillares bajos, asiento monoplaza o de geometría plana, chasis aligerados, colectores encintados o faros redondos son solo algunos de los elementos diferenciadores de estas motos. Pero la verdadera esencia está en la personalización total por parte del propietario, llegando en muchos casos a ser harto complicado descubrir la moto de origen.
Vemos algunos ejemplos:
Yamaha SR 250:
Honda CB 500:
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