A veces las ganas por sacar todos los proyectos adelante, por ser cada día mejor y más competitivo, por disfrutar con lo que haces te lleva, casi sin darte cuenta, a entrar en una espiral de trabajo de la que es difícil salir por voluntad propia. ¡Cómo podía irme unos días de vacaciones con todo lo que tengo entre manos! No recordaba ya la última vez en la que estuve varios días sin pensar en nada más que en disfrutar del momento. Tampoco recordaba la última vez que pude tener la mente en blanco más allá de unos pocos minutos. Y es algo que necesitaba.
Hace poco más de un mes descubrí el mundo del esquí de la mano de Laura y su familia. Y lo que parecía ser un deporte más, se ha convertido al menos para mí, en toda una experiencia de desconexión inimaginable. Tras semanas muy complicadas y obtusas por la nueva evolución de Tadino, necesitaba frenar este ritmo, ya no sólo para ver las cosas desde cierta distancia, sino porque mi cuerpo y mente me lo solicitaban con urgencia. En los últimos meses mi vida ha sufrido muchos cambios. Algunos deseables y otros inesperados. El tiempo corre siempre hacia adelante y la vida no frena, si te pilla desprevenido puede incluso arrollarte como si quisieras bajar de un tren en marcha. Sin embargo, he descubierto que si esperas a la siguiente parada y decides bajar un rato a explorar nuevos horizontes, puedes hacerlo y montar en un nuevo tren cuando pase. Todo seguirá en el mismo sitio, esperándote. Pero tú verás las cosas de otra manera, probablemente desde un punto de vista más favorable.
Cuando hace unas semanas comencé a deslizarme -y caerme- por las bajadas de Xanadú (Madrid) no podía llegar a imaginar que sería capaz, pocos días después, de descender con bastante dignidad, y rapidez, por increíbles laderas del valle Le Vallon en la estación de Saint-Lary Soulan a más de 2.500 metros de altitud, en plenos Pirineos franceses.
El esquí ha significado para mí todo un reto de superación y evolución deportiva, pero también personal. Ha sido una experiencia que me ha proporcionado sorprendentes momentos de paz. A pesar de encontrarte a menudo en situaciones de bloqueo por miedo, inexperiencia y falta de técnica. Puede ser precisamente estas circunstancias las que te hacen pensar únicamente en ti y tu supervivencia en esos pequeños momentos que se suceden continuamente. Sentir esa fragilidad y ver cómo poco a poco vas tomando el control de la situación y evolucionando hasta ser capaz de dejarte llevar y disfrutar es algo que hacía mucho tiempo que no sentía. Vuelves a descubrir, y ser consciente, de que lo peor que puede pasar es que te caigas, te limpies y vuelvas a levantarte y seguir.
Y no hay nada mejor que poder compartir todo esto con alguien, tener a una persona a tu lado que cuando caigas te diga cómo levantar, te ayude a seguir y te dé fuerza en los momentos de flaqueza y desesperación.
Saint-Lary Soulan ha sido la primera estación de esquí que pisaba en mucho tiempo, tras mi primera toma de contacto en Sierra Nevada (Granada) hace ya más de 10 años, y he de decir que me ha fascinado. Los paisajes de ensueño, la arquitectura de esas casas de alta montaña, un clima diferente cada día… Sin dudarlo es un pequeño paraíso blanco que merece la pena conocer aunque sólo sea por turismo. Aunque, eso sí, poder descubrirlo subido a unos esquís es otra historia.
Quién me iba a decir que comenzaría los días bajando, con miedo, las pistas verdes del valle de Pla D´Adet y terminaría aquellos días disfrutando tanto en las pistas azules de Le Vallon. Y que volvería a Madrid con más ganas de esquí que nunca, y totalmente decidido a seguir evolucionando en este deporte, mucho más físico y mental de lo que hubiera imaginado jamás.
He de dar las gracias desde aquí a dos buenos profesores, además de Laura, Jose Luís y Rosa, que no sólo me están ayudando a aprender a esquiar sino también contagiando e inculcando las bondades de este increíble deporte. ¡Gracias!
Presiento que no tardaré en contaros mi próxima experiencia rodeado de nieve y frío.
¡Sigamos con la semana!